jueves, 29 de diciembre de 2011
Nuestro 2001. A diez años del 19 y 20 de diciembre.
publicado a las 17:14 by fulano/martínvillarroel
La historia, sabemos, es campo de batalla presente y no pasado. La historia se erige hoy, sobre lo acontecido ayer. Cada letra reconstruida responde a los intereses en pugna que atraviesan las sociedades actuales. La historia jamás ha sido inocente.
Sin dudas asistimos hoy a una profunda disputa respecto del sentido de la rebelión popular de 2001. Quienes fueron gobierno -quienes fueron culpables- construyen su memoria de anillo dorado. Quienes hoy son gobierno -y lo fueron ayer- apoyados en su maquinaria mediática de cartas abiertas, poco rememoran. Quienes allí estuvieron, quienes perdieron un hijo, un hermano o una madre, incendian su memoria en la piel, como un hierro candente que cayó sobre los hombros para mantenernos despiertos.
Y tal vez la variable central de esta disputa sea el quién, ¿quién, quiénes, llevaron adelante la rebelión? Y, consecuentemente, ¿contra qué, contra quiénes?
El poder político gobernante en 2001 presenta una historia palaciega, una historia desde arriba, de los “grandes hombres”. La rebelión no fue más que un golpe institucional ideado y movilizado por Eduardo Duhalde, el próximo rey. Aquí, sencillamente, no hay abajo. Como un péndulo, las masas fueron movilizadas por un hilo que las unía y manipulaba desde un centro en lo alto. Y es que ciertos partidos centenarios jamás han tenido otros lentes para ver el mundo.
El poder político gobernante hoy, reconstruye también su propia memoria. La nueva historia oficial tiene su epopeya, y es posterior. Poco sucedió en 2001. Tan sólo la clásica clase media molesta, encaprichada, pataleando por que le tocaron el bolsillo. El modelo oficial necesita un 19 y 20 de diciembre sin pobres, sin excluidos, sin luchadores, pues la historia, la historia de verdad, hubo de nacer en 2003. Antes nada había, no había militantes, no había asambleas, no había jóvenes movilizados, no había movimientos sociales, no había obreros organizados. Sólo noche que “él” vino a iluminar. No había política tampoco, pues desde aquel 25 de mayo de 2003, con una animosa campaña de deslegitimación del movimiento piquetero, el nuevo gobierno dejó en claro que la lucha no es política, que las calles no tienen voz, que la disputa nace, se reproduce y muere en el parlamento. Y nada más lejos de ello que el 2001.
Está en nosotros construir nuestra memoria compañeros, hijos e hijas, a la vez que protagonistas, de una epopeya cuyas raíces no pertenecen a este milenio.
Y es que el 2001 nació antes, mucho antes. Nació en el adentro. Su gestación, como todas las gestaciones, fue en el interior. El 2001 nació en Formosa, en Jujuy, en Santiago del Estero. Nació en las marchas federales. Nació en la CTA. Nació en la bincha del Perro Santillán. Nació en Cutral Co y en General Mosconi. Nació en los piquetes, en las multisectoriales, en las tomas de fábrica. Nació en los movimientos de desocupados y en la resistencia campesina. Nació en las plazas de cada pueblo de la Argentina profunda.
Nuestra memoria debe abarcar el abanico de actores, estructuras y conflictos que desde el bajo fondo irrumpieron allí donde se encuentra el centro de poder de este país. Es una elección histórica, no elegimos los grandes hombres, llámense Eduardo Duhalde, Nito Artaza o Néstor Kirchner, elegimos el pueblo como sujeto protagónico del devenir histórico. Y, por ello, el 2001 nació también más lejos. Nació en la reforma universitaria, en el cordobazo, el rosariazo, el tucumanazo… Qué es el argentinazo sino la suma de sus partes!
Pero el 2001 aún no ha terminado de nacer. Y no ha terminado de nacer, porque el neoliberalismo no ha terminado de morir. El calor de las ollas populares alimentó una nueva resistencia, activa, con iniciativa. Es cierto, los pasos prolijos a la vez que contradictorios que dio el tiempo en esta década, desfiguraron aquel sujeto social que, nacido desde la negativa, desde la carencia de algo, el des-ocupado, había configurado una identidad positiva, no carezco, soy, soy “piquetero”. La legitimidad de esta nueva entidad histórica fue enorme, tanto que la siempre díscola y huérfana clase media hubo de tenderle los brazos y las ollas. Sería “él” quien socavaría sus bases de apoyo, llamando a las capas medias de la sociedad a dar la espalda a quienes, con los rostros cubiertos como la noche, agredían su sagrada libertad, de tránsito… Pero no se confunda, no fue su desaparición lo sucedido. Fue una nueva transformación. Quienes no se sumaron al tren parlamentario, continuaron haciendo nacer el 2001. Una nueva identidad, una nueva práctica, una nueva izquierda que no vislumbraba en épocas pasadas fue parida por la historia. Con una práctica democrática y asamblearia, con la socialización de la palabra como base del funcionamiento, con la certeza de la multisectorialidad como ser, como esencia de un sujeto popular amplio, que abogue por vencer todas las exclusiones en todos sus sentidos: exclusión de los medios de producción, exclusión del trabajo, exclusión del conocimiento, exclusión de los géneros, exclusión de la tierra, exclusión de los lazos originarios, exclusión de la comunicación, exclusión de la cultura… Una nueva izquierda, y sea esta la enseñanza central que hemos de recoger del 2001, con vocación de poder, de poder popular, de poder socialista, pues a esta nueva izquierda no le tiembla el pasado, las letras, la razón, ni el corazón al hablar y recuperar el gran relato a construir, el camino hacia un nuevo modo de producción, y no hacia el mismo, más serio. El socialismo, no el capitalismo. El cielo por asalto, no el suelo desnudo del poder.
Somos hijos del 2001, y llevamos mártires en la espalda y el adentro. Porque, pese a la memoria frágil y selectiva del nuevo poder, el pueblo no olvida sus muertos, ni perdona a sus verdugos. Hoy, como siempre y más que nunca, decimos presente a nuestros caídos, marcados a fuego y sangre en la memoria del abajo, en sus años cortados, su vida perdida, por los otros.
Luis Fernández, 27 años
David Moreno, 13 años
Ramón Alberto Arapi, 22 años
Elvira Abaca, 42 años
José Daniel Rodríguez, 25 años
Romina Iturain, 15 años
Ruben Aredes, 30 años
Gustavo Benedetto, 23 años
Alberto Marquez, 57 años
Diego Lamagna, 17 años
Marcelo Riva, 31 años
Eduardo Legembere, 20 años
Pablo Marcelo Guías, 23 años
Roberto Agustín Gramajo, 19 años
Víctor Ariel Enrique, 21 años
Ariel Maximiliano Salas, 30 años
Graciela Machado, 35 años
Ricardo Villalba, 16 años
Liliana Yanina García, 18 años
Walter Campos, 17 años
Rubén Pereyra, 20 años
Juan Alberto Delgado, 24 años
Graciela Acosta, 35 años
Marcelo Alejandro Pacini, 15 años
Claudio Lepratti, 35 años
Damián Vicente Ramírez, 14 años
Diego Avila, 24 años
María Rosales, 28 años
Julio Hernán Flores, 15 años
Daniel Enrique Mataza, 23 años
Cristian Gómez, 25 años
Maximiliano Tasca, 25 años
escrito por Mauro Berengan en el Encuentro de Organizaciones (CBA).
foto de En La Vuelta en la marcha por los diez años (BSAS)
Sin dudas asistimos hoy a una profunda disputa respecto del sentido de la rebelión popular de 2001. Quienes fueron gobierno -quienes fueron culpables- construyen su memoria de anillo dorado. Quienes hoy son gobierno -y lo fueron ayer- apoyados en su maquinaria mediática de cartas abiertas, poco rememoran. Quienes allí estuvieron, quienes perdieron un hijo, un hermano o una madre, incendian su memoria en la piel, como un hierro candente que cayó sobre los hombros para mantenernos despiertos.
Y tal vez la variable central de esta disputa sea el quién, ¿quién, quiénes, llevaron adelante la rebelión? Y, consecuentemente, ¿contra qué, contra quiénes?
El poder político gobernante en 2001 presenta una historia palaciega, una historia desde arriba, de los “grandes hombres”. La rebelión no fue más que un golpe institucional ideado y movilizado por Eduardo Duhalde, el próximo rey. Aquí, sencillamente, no hay abajo. Como un péndulo, las masas fueron movilizadas por un hilo que las unía y manipulaba desde un centro en lo alto. Y es que ciertos partidos centenarios jamás han tenido otros lentes para ver el mundo.
El poder político gobernante hoy, reconstruye también su propia memoria. La nueva historia oficial tiene su epopeya, y es posterior. Poco sucedió en 2001. Tan sólo la clásica clase media molesta, encaprichada, pataleando por que le tocaron el bolsillo. El modelo oficial necesita un 19 y 20 de diciembre sin pobres, sin excluidos, sin luchadores, pues la historia, la historia de verdad, hubo de nacer en 2003. Antes nada había, no había militantes, no había asambleas, no había jóvenes movilizados, no había movimientos sociales, no había obreros organizados. Sólo noche que “él” vino a iluminar. No había política tampoco, pues desde aquel 25 de mayo de 2003, con una animosa campaña de deslegitimación del movimiento piquetero, el nuevo gobierno dejó en claro que la lucha no es política, que las calles no tienen voz, que la disputa nace, se reproduce y muere en el parlamento. Y nada más lejos de ello que el 2001.
Está en nosotros construir nuestra memoria compañeros, hijos e hijas, a la vez que protagonistas, de una epopeya cuyas raíces no pertenecen a este milenio.
Y es que el 2001 nació antes, mucho antes. Nació en el adentro. Su gestación, como todas las gestaciones, fue en el interior. El 2001 nació en Formosa, en Jujuy, en Santiago del Estero. Nació en las marchas federales. Nació en la CTA. Nació en la bincha del Perro Santillán. Nació en Cutral Co y en General Mosconi. Nació en los piquetes, en las multisectoriales, en las tomas de fábrica. Nació en los movimientos de desocupados y en la resistencia campesina. Nació en las plazas de cada pueblo de la Argentina profunda.
Nuestra memoria debe abarcar el abanico de actores, estructuras y conflictos que desde el bajo fondo irrumpieron allí donde se encuentra el centro de poder de este país. Es una elección histórica, no elegimos los grandes hombres, llámense Eduardo Duhalde, Nito Artaza o Néstor Kirchner, elegimos el pueblo como sujeto protagónico del devenir histórico. Y, por ello, el 2001 nació también más lejos. Nació en la reforma universitaria, en el cordobazo, el rosariazo, el tucumanazo… Qué es el argentinazo sino la suma de sus partes!
Pero el 2001 aún no ha terminado de nacer. Y no ha terminado de nacer, porque el neoliberalismo no ha terminado de morir. El calor de las ollas populares alimentó una nueva resistencia, activa, con iniciativa. Es cierto, los pasos prolijos a la vez que contradictorios que dio el tiempo en esta década, desfiguraron aquel sujeto social que, nacido desde la negativa, desde la carencia de algo, el des-ocupado, había configurado una identidad positiva, no carezco, soy, soy “piquetero”. La legitimidad de esta nueva entidad histórica fue enorme, tanto que la siempre díscola y huérfana clase media hubo de tenderle los brazos y las ollas. Sería “él” quien socavaría sus bases de apoyo, llamando a las capas medias de la sociedad a dar la espalda a quienes, con los rostros cubiertos como la noche, agredían su sagrada libertad, de tránsito… Pero no se confunda, no fue su desaparición lo sucedido. Fue una nueva transformación. Quienes no se sumaron al tren parlamentario, continuaron haciendo nacer el 2001. Una nueva identidad, una nueva práctica, una nueva izquierda que no vislumbraba en épocas pasadas fue parida por la historia. Con una práctica democrática y asamblearia, con la socialización de la palabra como base del funcionamiento, con la certeza de la multisectorialidad como ser, como esencia de un sujeto popular amplio, que abogue por vencer todas las exclusiones en todos sus sentidos: exclusión de los medios de producción, exclusión del trabajo, exclusión del conocimiento, exclusión de los géneros, exclusión de la tierra, exclusión de los lazos originarios, exclusión de la comunicación, exclusión de la cultura… Una nueva izquierda, y sea esta la enseñanza central que hemos de recoger del 2001, con vocación de poder, de poder popular, de poder socialista, pues a esta nueva izquierda no le tiembla el pasado, las letras, la razón, ni el corazón al hablar y recuperar el gran relato a construir, el camino hacia un nuevo modo de producción, y no hacia el mismo, más serio. El socialismo, no el capitalismo. El cielo por asalto, no el suelo desnudo del poder.
Somos hijos del 2001, y llevamos mártires en la espalda y el adentro. Porque, pese a la memoria frágil y selectiva del nuevo poder, el pueblo no olvida sus muertos, ni perdona a sus verdugos. Hoy, como siempre y más que nunca, decimos presente a nuestros caídos, marcados a fuego y sangre en la memoria del abajo, en sus años cortados, su vida perdida, por los otros.
Luis Fernández, 27 años
David Moreno, 13 años
Ramón Alberto Arapi, 22 años
Elvira Abaca, 42 años
José Daniel Rodríguez, 25 años
Romina Iturain, 15 años
Ruben Aredes, 30 años
Gustavo Benedetto, 23 años
Alberto Marquez, 57 años
Diego Lamagna, 17 años
Marcelo Riva, 31 años
Eduardo Legembere, 20 años
Pablo Marcelo Guías, 23 años
Roberto Agustín Gramajo, 19 años
Víctor Ariel Enrique, 21 años
Ariel Maximiliano Salas, 30 años
Graciela Machado, 35 años
Ricardo Villalba, 16 años
Liliana Yanina García, 18 años
Walter Campos, 17 años
Rubén Pereyra, 20 años
Juan Alberto Delgado, 24 años
Graciela Acosta, 35 años
Marcelo Alejandro Pacini, 15 años
Claudio Lepratti, 35 años
Damián Vicente Ramírez, 14 años
Diego Avila, 24 años
María Rosales, 28 años
Julio Hernán Flores, 15 años
Daniel Enrique Mataza, 23 años
Cristian Gómez, 25 años
Maximiliano Tasca, 25 años
escrito por Mauro Berengan en el Encuentro de Organizaciones (CBA).
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Aquí, los fuegos del capital tienen resistencia.
Contacto: colectivocontrafuegos - arroba - gmail.com 2009. Montevideo. URUGUAY.
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